Escritura

sobre artistas torturados, inspiración y otros mitos

Enfrentarse a la página en blanco para escribir esta entrada (y, en general, enfrentarse a cualquier otra página en blanco) requiere de un esfuerzo mental tan grande como incierto. La inseguridad acecha en cada instante de duda, en cada momento de incertidumbre tan espontánea como necesaria porque no se nos permite desconectar para pensar. Parece que si no somos máquinas que producen a todas horas no valemos lo suficiente, que el mundo solo premia la rapidez y la constante presencia en redes, en el mercado editorial, en la vida misma. Dedicar una mirada más profunda a la huidiza inspiración (¿existe de verdad?, ¿es necesaria para crear una buena obra?), nos lleva a poner el foco en otros mitos que han salpicado el mundo del arte durante tantos y tantos siglos, como el mito del artista torturado, su relación con diversos problemas de salud mental y la romantización al que se ha visto sometido por culpa de la cultura popular. Esta entrada pretende ofrecer (pretende, si lo consigue ya sería la bomba) una visión más moderna y actualizada de las grandes mentiras que aun a día de hoy se transmiten y que han terminado germinando bajo nuestra piel hasta echar sus raíces, como malas hierbas imposibles de arrancar.

Inspiración

¿Qué es la inspiración? A todos nos suena ese rollo de las musas. Verse sorprendido por una sensación incierta que traspasa la barrera de lo físico para tocarnos con sus dedos angelicales. El concepto del artista como un lienzo en blanco que espera a que la primera pizca de color aparezca mágicamente para después estirarla hasta cubrir todos sus rincones y crear la deseada obra de arte. Y así pasa, que cuando la obra de arte no se crea en tres meses (ya sea porque no obtenemos el resultado que esperamos o porque no podemos dedicarle todo nuestro tiempo a una sola tarea, que sería lo normal), la inseguridad se alza y nosotros retrocedemos un poco más.

La RAE define inspiración, en su tercera acepción, como estímulo que anima la labor creadora en el arte o la ciencia. Tengo que decir que me ha sorprendido gratamente que no incluya las palabras magia, espontáneo, sencillo… porque no se me ocurre un libro que haya escrito una mano mágica de manera espontánea y sin esfuerzo, la verdad. Eso del brote súbito de creatividad queda muy bonito en las películas y en conversaciones con gente que no tiene mucha idea de crear por la connotación poética que se le supone al calificativo de artista, pero en realidad carece de realismo y perpetúa la visión de que las creaciones de la gente solo son objetivamente buenas si han nacido de una mente inspirada durante el 100% del proceso, y eso no funciona así. Hay tardes de escritura (y en esto hablo por mí, aunque conozco a muchísimos escritores a los que también les ha sucedido) en las que sacas un par de párrafos y apagas el ordenador sintiéndote un fraude, pensando en cómo es posible que haya sucedido algo así si el día anterior escribiste mil palabras del tirón. A veces no basta con que una idea te encante, con que la escritura sea tu salvavidas. Tú eres el pilar de tu historia y, si ese pilar se tambalea, afectará a tu capacidad de crear. Y no pasa nada porque eso es LO NORMAL. Al final, si creemos que escribir bien es sinónimo de escribir con las musas cantándote al oído, nos podemos sentir culpables por no ser capaces de entrar en ese estado siempre que queramos. Pero es que crear es mucho más, aunque a veces cueste verlo.

Ahora bien, ¿de dónde proviene este mito? Podríamos decir que hemos crecido con él. Se ha representado hasta la saciedad en el mundo audiovisual y literario: almas atormentadas o genios incomprendidos que convierten en oro todo lo que tocan. La idea tóxica de que el talento debe ser algo innato para convertirnos en artistas plenamente funcionales y dignos ya debería ser cosa del pasado, aunque algunas personas todavía se aferren a ella con uñas y dientes para separar por categorías a los artistas de verdad y a los no tan de verdad o, como he oído decir en alguna ocasión, mediocres. ¿Qué hay de cierto en todo esto? Poco. La capacidad de producir recursos de manera creativa obedece a cómo somos, afirmativo, pero somos mucho más que nuestro cerebro. Somos la interacción de nuestra historia personal o motivación, por poner solo un par de ejemplos, con otros factores de índole genética, educativos, sociales… No somos la misma persona que éramos hace un par de años, y eso se traduce también al ámbito de la producción. Discutir con un amigo, el estrés del trabajo, que nos duela la cabeza. Todos estos estados pueden incidir e inciden en nuestra creatividad. En otras palabras: no podemos exigirnos lo mismo todos los días porque los días, al igual que nosotros, son distintos entre sí.

Por lo tanto, el concepto de inspiración no representa lo que buscamos manifestar realmente con esa palabra. ¿Recordáis su definición, lo del estímulo que anima la capacidad creativa? Inspiración puede ser una tarde de domingo delante de las teclas después de haber estado toda la semana estudiando. Me parece más acertado hablar en términos de motivación o disposición, porque eso realmente influye en cómo vemos y creamos. Mi consejo favorito, que una vez me dieron y que desde entonces llevo como mantra, es: “que la inspiración te pille trabajando”. Y es cierto. Nada se construye sobre nada. Para que una flor crezca primero hay que regarla, pero antes hay que plantar la semilla. Con la escritura es igual. Que no nos vendan que nuestras historias se escriben solas, por favor.

El mito del artista torturado y su romantización

Enlazando con el párrafo anterior, la motivación se puede ver afectada de múltiples maneras. Todos tenemos una vida aparte de la labor creativa a la que contribuimos con tanto esfuerzo. Trabajo, familia, pareja, amigos, autocuidarse… El estado mental influye en la creación de todo arte, y la sociedad poco a poco ha ido tomando conciencia de esta verdad, aunque presenta una visión bastante sesgada en cuanto a la influencia de estas emociones se refiere. Hay una creencia muy arraigada que tiende a asociar el sufrimiento personal con una mayor capacidad creativa: dolor y arte se perciben como dos entidades indivisibles y necesarias para traspasar la barrera del tiempo y ser un “auténtico” artista

Es curioso que todavía existan personas, ahora que tenemos una visión más amplia de la psicología y de lo que conlleva tener un problema de salud mental, que defienden lo anteriormente expuesto como un requisito imprescindible para un artista que se precie. ¿Alguna vez habéis escuchado las siguientes frases? Escribió su obra maestra cuando tenía depresión, la ansiedad lo mantuvo despierto durante meses y solo así pudo sacar adelante su novela, no puedes escribir sobre la tristeza si no estás pasando por una mala época… Confieso que esta última es la que más he visto en redes, y parece que da igual cuántas veces intentes explicar que la base para un proceso creativo sano no puede ni debe separarse de una buena salud mental. Pero nada. El sufrimiento es el precio a pagar por tener una predisposición innata para la creatividad. Esta idea, romantizada y alimentada por la fascinación que ejerce aquello que no podemos comprender, no es más que la banalización del dolor ajeno producida por la naturaleza que se le atribuye a la labor intrínseca de crear. Cualquier persona merecedora del don de *inserte cualquier tipo de rama artística* es condenada a ser infeliz para poder explotar dicho don porque… ¿por qué? No tiene ningún sentido, ni se le busca. Es otro mito más con el que hemos crecido y al que, sin quererlo, seguimos dando alas.

Cada persona gestiona sus emociones como mejor sabe, desde luego. Hay gente que encuentra alivio y refugio en escribir cuando todo en su vida parece desmoronarse, y luego están los que, como yo, somos incapaces de producir cuando tenemos un problema de salud mental. Y lo comento porque esto último suele ser la norma general. Cuando tenemos ansiedad o depresión, por ejemplo, nuestra capacidad para producir se reduce en todos los ámbitos de nuestra vida diaria. Exigirnos estar al 100% es añadir una carga extra sobre nuestros hombros que solo nos hunde más y más. Existen varios estudios que demuestran que somos más creativos cuanto mejor nos encontramos, ya que nuestro cerebro es capaz de percibir un mayor abanico de posibilidades y, por consiguiente, sentirnos con más fuerza para afrontar cualquier objetivo que nos propongamos.

Si queremos profundizar en las razones por las que los artistas sufren, quizás habría que fijarse menos en los antecedentes y más en las condiciones con las que deben sustentarse en la actualidad. Jornadas de trabajo interminables, precariedad económica y/o laboral, estrés diario, encontrar el equilibrio entre tener vida social y tiempo libre para crear, una pandemia… El deterioro de la salud mental es una consecuencia del estado en el que vivimos, y romantizar la manera en la que nos afecta, tanto a nosotros como a lo que creamos, solo ayuda a fomentar el estigma y nuestro propio sufrimiento.